sábado

EL INFILTRADO EN LA VERDAD

El reciente caso de Coslada en el que el jefe de Policía estuvo implicado en una trama de corrupción planteó de nuevo aquella cuestión de quién vigila a los que nos vigilan. Si extrapolamos esta cuestión al periodismo, podríamos cuestionarnos sobre quién vigila al que nos informa o quién informa al que nos informan. “El periodismo es un trabajo muy duro, estamos bajo presión, algunos periodistas creen que el contenido político es lo que hace memorable un articulo, yo creo que son las personas que descubres”. Así comienza la película El precio de la verdad, que nos cuenta la historia verídica de Stephen Glass y su época como redactor del The New Republic. El joven de Chicago se incorporó a la plantilla de la revista estadounidense de actualidad y política a mediados de los 90. Pronto se ganó la simpatía de sus compañeros de redacción que, unidos a su gran capacidad para escribir artículos, hicieron de Glass uno de los periodistas más demandados en Estados Unidos. Sin embargo, coincidiendo con un cambio en la directiva del medio, es despedido después de descubrirse que en su último artículo Glass se había inventado los datos acerca de un hacker de 15 años que había conseguido un contrato multimillonario con una de las empresas a las que había extorsionado. No fue la única mentira de Glass, ya que 27 de los 41 artículos que escribió resultaron falsos o totalmente falsos. ¿Quién nos dice que las informaciones que recibimos son reales? ¿Cómo sabemos que no se las inventó el periodista? La realidad nos dice que, aunque exista cierto recelo hacia algunos medios o programas, la población sigue manteniendo la confianza en la televisión, prensa y radio como fuentes de información. Los propios medios luchan porque, aunque dándole su toque personal, los hechos lleguen a los ciudadanos. Sin embargo, en ocasiones, al igual que ocurre con el ejemplo de la Policía, es posible que exista algún corrupto. En El precio de la verdad, el trabajo que Glass realiza se antoja esencial. Entre sus compañeros de redacción, apenas una decena, causa sensación por su simpatía y su buen hacer codo con codo (“El periodismo está lleno de fantasmas, gente intentando aparentar más de lo que son -…- lo que pasa es que estos son los compañeros que te pueden ayudar a escalar, por eso les llevas el desayuno a un compañero, te acuerdas de sus cumpleaños….”). Incluso sus artículos son de gran acogida por estar escritos en primera persona y narrar con una enorme fuerza lo sucedido (“tienes que saber para quién escribes y qué se te da mejor. Yo tomo nota sobre la gente y son ellos los que cuentan la historia”). Todo ello hace que cuando el director toma la decisión de despedirlo no goce del apoyo del resto del equipo. Una redacción pequeña, un chico joven, simpático, atento y con ganas de trabajar, que tiene el respaldo de todos… ¿eso es un buen periodista?. Tras ver la película, dudas. Muchas dudas al pensar en qué manos estamos, en si la verdad o la veracidad se pierden en el camino de los hechos al lector por inflitrados en ella.

2 comentarios:

Juanjo dijo...

Es cierto, debería haber un órgano o institución que vigilara la prensa para que no se saltaran sus reglas. Un saludo.

Rosa dijo...

Como diría Carmen Espejo: "mientes más que la Gaceta". Creo que lo lamentable ya no es tanto inventarse noticias, sino aquello que no aparece en ellas, por el miedo a que el publicista de turno quite el dinero de la mesa.

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